miércoles, 28 de diciembre de 2022

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    GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER - España

     Biografía



    (Gustavo Adolfo Domínguez Bastida; Sevilla, 1836-Madrid, 1870) Poeta español. Hijo y hermano de pintores, quedó huérfano a los diez años y vivió su infancia y su adolescencia en Sevilla, donde estudió humanidades y pintura.

    En 1854 se trasladó a Madrid, con la intención de hacer carrera literaria. Sin embargo, el éxito no le sonrió; su ambicioso proyecto de escribir una Historia de los templos de España fue un fracaso, y sólo consiguió publicar un tomo, años más tarde. Para poder vivir hubo de dedicarse al periodismo y hacer adaptaciones de obras de teatro extranjero, principalmente del francés, en colaboración con su amigo Luis García Luna, adoptando ambos el seudónimo de «Adolfo García».

    Durante una estancia en Sevilla en 1858, estuvo nueve meses en cama a causa de una enfermedad; probablemente se trataba de tuberculosis, aunque algunos biográfos se decantan por la sífilis. Durante la convalecencia, en la que fue cuidado por su hermano Valeriano, publicó su primera leyenda, El caudillo de las manos rojas, y conoció a Julia Espín, según ciertos críticos la musa de algunas de sus Rimas, aunque durante mucho tiempo se creyó erróneamente que se trataba de Elisa Guillén, con quien el poeta habría mantenido relaciones hasta que ella lo abandonó en 1860, y que habría inspirado las composiciones más amargas del poeta.

    En 1861 contrajo matrimonio con Casta Esteban, hija de un médico, con la que tuvo tres hijos. El matrimonio nunca fue feliz, y el poeta se refugió en su trabajo o en la compañía de su hermano Valeriano en las escapadas de éste a Toledo para pintar.
    La etapa más fructífera de su carrera fue de 1861 a 1865, años en los que compuso la mayor parte de sus Leyendas, escribió crónicas periodísticas y redactó las Cartas literarias a una mujer, donde expone sus teorías sobre la poesía y el amor. Una temporada que pasó en el monasterio de Veruela en 1864 le inspiró Cartas desde mi celda, un conjunto de hermosas descripciones paisajísticas.

    Económicamente las cosas mejoraron para el poeta a partir de 1866, en que obtuvo el empleo de censor oficial de novelas, lo cual le permitió dejar sus crónicas periodísticas y concentrarse en sus Leyendasy sus Rimas, publicadas en parte en El museo universal. Pero con la revolución de 1868, el poeta perdió su trabajo, y su esposa lo abandonó ese mismo año.

    Se trasladó entonces a Toledo con su hermano Valeriano, y allí acabó de reconstruir el manuscrito de las Rimas, cuyo primer original había desaparecido cuando su casa fue saqueada durante la revolución septembrina. De nuevo en Madrid, fue nombrado director de la revista La Ilustración de Madrid, en la que también trabajó su hermano como dibujante.

    El fallecimiento de éste, en septiembre de 1870, deprimió extraordinariamente al poeta, quien, presintiendo su propia muerte, entregó a su amigo Narciso Campillo sus originales para que se hiciese cargo de ellos tras su óbito, que ocurriría tres meses después del de Valeriano.

    La obra de Gustavo Adolfo Bécquer

    La inmensa fama literaria de Bécquer se basa en susRimas, que iniciaron la corriente romántica de poesía intimista inspirada en Heine y opuesta a la retórica y la ampulosidad de los poetas románticos anteriores. La crítica literaria del momento, sin embargo, no acogió bien sus poemas, aunque su fama no dejaría de crecer en los años siguientes.

    Las Rimas, tal y como han llegado hasta nosotros, suman un total de ochenta y seis composiciones. De ellas, setenta y seis se publicaron por vez primera en 1871 a cargo de los amigos del poeta, que introdujeron algunas correcciones en el texto, suprimieron algunos poemas y alteraron el orden del manuscrito original (el llamado Libro de los gorriones, hoy custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid). El contenido de las rimas ha sido dividido en cuatro grupos: el primero (rimas I a XI) es una reflexión sobre la poesía y la creación literaria; el segundo (XII a XXIX), trata del amor y de sus efectos en el alma del poeta; el tercero (XXX a LI) pasa a la decepción y el desengaño que el amor causa en el alma del poeta; y el cuarto (LII a LXXXVI) muestra al poeta enfrentado a la muerte, decepcionado del amor y del mundo. Las Rimas se presentan habitualmente precedidas de la "Introducción sinfónica" que, probablemente, Bécquer preparó como prólogo a toda su obra.

    Su prosa destaca, al igual que su poesía, por la gran musicalidad y la sencillez de la expresión, cargada de sensibilidad; siguiendo los pasos de Hoffmann y Poe, sus Leyendas recrean ambientes fantásticos y envueltos en una atmósfera sobrenatural y misteriosa. Destacan por ese ambiente de irrealidad, de misterio, situado siempre sobre un plano real que deforma y desbarata. Así, en La Corza blanca, donde la protagonista se transforma de noche en el citado animal; o en El monte de las ánimas, en la que el mismo escenario de un paseo amoroso se transforma en el campo del horror fantasmal y en la que el terror llega hasta la alcoba mejor defendida y adornada; o, por fin, en Los ojos verdes y, sobre todo, El rayo de luna, donde lo irreal, enfrentado a la realidad, hace optar a los protagonistas por el sueño, por la locura en la que quieren vivir lo que la realidad les niega. Son logradas las descripciones de ambientes: del barullo de la entrada en la catedral en Maese Pérez, el organista, al silencio del claustro en El rayo de luna, o las procesiones fantasmales de La ajorca de oro y El Miserere.



    Rimas


    Como se arranca el hierro de una herida
    su amor de las entrañas me arranqué,
    aunque sentí al hacerlo
    que la vida me arrancaba con él!

    Del altar que le alcé en el alma mía
    la Voluntad su imagen arrojó,
    y la luz de la fe que en ella ardía
    ante el ara desierta se apagó.

    Aún turbando en la noche el firme empeño
    vive en la idea la visión tenaz...
    ¡Cuándo podré dormir con ese sueño
    en que acaba el soñar!
    Yo me he asomado a las profundas simas
    de la tierra y del cielo,
    y les he visto el fin
    o con los ojos, o con el pensamiento.

    Mas, ¡ay!, de un corazón llegué al abismo
    y me incliné un momento,
    y mi alma y mis ojos se turbaron.
    ¡Tan hondo era y tan negro!
    En la clave del arco ruinoso
    cuyas piedras el tiempo enrojeció,
    obra de un cincel rudo campeaba
    el gótico blasón.

    Penacho de su yelmo de granito,
    la yedra que colgaba en derredor
    daba sombra al escudo en que una mano
    tenía un corazón.

    A contemplarle en la desierta plaza
    nos paramos los dos.
    Y, ése, me dijo, es el cabal emblema
    de mi constante amor.

    ¡Ay!, y es verdad lo que me dijo entonces:
    Verdad que el corazón
    lo llevará en la mano..., en cualquier parte....
    pero en el pecho no.
    ¡Los suspiros son aire y van al aire!
    ¡Las lágrimas son agua y van al mar!
    Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
    ¿sabes tú a dónde va?

    Primera voz

    Las ondas tienen vaga armonía,
    Las violetas suave olor,
    brumas de plata la noche fría,
    luz y oro el día,
    yo algo mejor;
    ¡yo tengo Amor!

    Segunda voz

    Aura de aplausos, nube radiosa,
    ola de envidia que besa el pie.
    Isla de sueños donde reposa
    el alma ansiosa.
    ¡Dulce embriaguez
    la Gloria es!

    Tercera voz

    Ascua encendida es el tesoro,
    sombra que huye la vanidad.
    Todo es mentira: la gloria, el oro.
    Lo que yo adoro
    sólo es verdad;
    ¡la Libertad!

    Así los barqueros pasaban cantando
    la eterna canción
    y al golpe del remo saltaba la espuma
    y heríala el sol.

    ¿Te embarcas?, gritaban, y yo sonriendo
    les dije al pasar:
    Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo
    la ropa en la playa tendida a secar. 


    Fatigada del baile,
    encendido el color, breve el aliento,
    apoyada en mi brazo
    del salón se detuvo en un extremo.

    Entre la leve gasa
    que levantaba el palpitante seno,
    una flor se mecía
    en compasado y dulce movimiento.

    Como en cuna de nácar
    que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
    dormir parecía al blando
    arrullo de sus labios entreabiertos.

    ¡Oh!, ¡quién así, pensaba,
    dejar pudiera deslizarse el tiempo!
    ¡Oh!, si las flores duermen,
    qué dulcísimo sueño!
     


    Voy contra mi interés al confesarlo;
    no obstante, amada mía,
    pienso cual tú que una oda solo es buena
    de un billete del banco al dorso escrita.
    No faltará algún necio que al oírlo
    se haga cruces y diga:
    Mujer al fin del siglo diez y nueve
    material y prosaica... ¡Boberías!
    ¡Voces que hacen correr cuatro poetas
    que en invierno se embozan con la lira!
    ¡Ladridos de los perros a la luna!
    Tú sabes y yo se que en esta vida,
    con genio es muy contado el que la escribe,
    y con oro cualquiera hace poesía.
     


    ¿Quieres que de ese néctar delicioso
    no te amargue la hez?
    Pues aspírale, acércale a tus labios
    y déjale después.

    ¿Quieres que conservemos una dulce
    memoria de este amor?
    Pues amémonos hoy mucho y mañana
    ¡digámonos, adiós!
     


    Entre el discorde estruendo de la orgía
    acarició mi oído,
    como una nota de lejana música,
    el eco de un suspiro.

    El eco de un suspiro que conozco,
    formado de un aliento que he bebido,
    perfume de una flor que oculta crece
    en un claustro sombrío.

    Mi adorada de un día, cariñosa,
    -¿En qué piensas?, me dijo:
    -En nada...-En nada, ¿y lloras?-Es que tengo
    alegre la tristeza y triste el vino.
     


    Como en un libro abierto
    leo de tus pupilas en el fondo.
    ¿A qué fingir el labio
    risas que se desmienten en los ojos?

    ¡Llora! No te avergüences
    de confesar que me has querido un poco.
    ¡Llora! Nadie nos mira.
    Ya ves; yo soy un hombre... y también lloro.
     


    Yo sé un himno gigante y extraño
    que anuncia en la noche del alma una aurora,
    y estas páginas son de ese himno
    cadencias que el aire dilata en las sombras.

    Yo quisiera escribirle, del hombre
    domando el rebelde mezquino idioma,
    con palabras que fuesen a un tiempo
    suspiros y risas, colores y notas.

    Pero en vano es luchar; que no hay cifra
    capaz de encerrarle, y apenas, ¡oh!, ¡hermosa!,
    si teniendo en mis manos las tuyas
    podría al oído cantártelo a solas.
     


    Lo que el salvaje que con torpe mano
    hace de un tronco a su capricho un dios
    y luego ante su obra se arrodilla,
    eso hicimos tu y yo.

    Dimos formas reales a un fantasma,
    de la mente ridícula invención,
    y hecho el ídolo ya, sacrificamos
    en su altar nuestro amor.
     


    Del salón en el ángulo oscuro,
    de su dueña tal vez olvidada,
    silenciosa y cubierta de polvo,
    veíase el arpa.

    ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
    como el pájaro duerme en las ramas,
    esperando la mano de nieve
    que sabe arrancarlas!

    ¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
    así duerme en el fondo del alma,
    y una voz como Lázaro espera
    que le diga «Levántate y anda»!
     


    Alguna vez la encuentro por el mundo
    y pasa junto a mí
    y pasa sonriéndose y yo digo,
    ¿como puede reír?

    Luego asoma a mi labio otra sonrisa,
    máscara del dolor,
    y entonces pienso: Acaso ella se ríe,
    como me río yo
     


    Saeta que voladora
    cruza, arrojada al azar,
    y que no se sabe dónde
    temblando se clavará;

    hoja que del árbol seca
    arrebata el vendaval,
    y que no hay quien diga el surco
    donde al polvo volverá.

    Gigante ola que el viento
    riza y empuja en el mar
    y rueda y pasa y se ignora
    que playa buscando va.

    Luz que en cercos temblorosos
    brilla próxima a expirar,
    y que no se sabe de ellos
    cuál el ultimo será.

    Eso soy yo que al acaso
    cruzo el mundo sin pensar
    de donde vengo ni a dónde
    mis pasos me llevarán.
     


    Cuando me lo contaron sentí el frío
    de una hoja de acero en las entrañas,
    me apoyé contra el muro, y un instante
    la conciencia perdí de donde estaba.

    Cayó sobre mi espíritu la noche,
    en ira y en piedad se anegó el alma,
    ¡Y se me revelo por qué se llora!,
    ¡Y comprendí una vez por qué se mata!

    Pasó la nube de dolor..., con pena
    logré balbucear unas palabras...
    y ¿qué había de hacer? Era un amigo
    me había hecho un favor... Le di las gracias.
     


    Yo sé cuál el objeto
    de tus suspiros es.
    Yo conozco la causa de tu dulce
    secreta languidez.
    ¿Te ríes...? Algún día
    sabrás, niña, por qué:
    Tú lo sabes apenas
    y yo lo sé.

    Yo sé cuando tu sueñas,
    y lo que en sueños ves;
    como en un libro puedo lo que callas
    en tu frente leer.
    ¿Te ríes...? Algún día
    sabrás, niña, por qué:
    Tú lo sabes apenas
    y yo lo sé.

    Yo sé por qué sonríes
    y lloras a la vez.
    Yo penetro en los senos misteriosos
    de tu alma de mujer.
    ¿Te ríes...? Algún día
    sabrás, niña, por qué:
    mientras tu sientes mucho y nada sabes,
    yo que no siento ya, todo lo sé.
     


    ¡Qué hermoso es ver el día
    coronado de fuego levantarse,
    y a su beso de lumbre
    brillar las olas y encenderse el aire!

    ¡Qué hermoso es tras la lluvia
    del triste otoño en la azulada tarde,
    de las húmedas flores
    el perfume beber hasta saciarse!

    ¡Qué hermoso es cuando en copos
    la blanca nieve silenciosa cae,
    de las inquietas llamas
    ver las rojizas lenguas agitarse!

    ¡Qué hermoso es cuando hay sueño
    dormir bien... y roncar como un sochantre...
    y comer... y engordar... y qué desgracia
    que esto solo no baste!
     


    ¿Cómo vive esa rosa que has prendido
    junto a tu corazón?
    Sobre un volcán hasta encontrarla ahora
    nunca he visto una flor.
     


    Hoy como ayer, mañana como hoy
    ¡y siempre igual!
    Un cielo gris, un horizonte eterno
    y andar..., andar.

    Moviéndose a compás como una estúpida
    máquina el corazón;
    la torpe inteligencia del cerebro
    dormida en un rincón.

    El alma, que ambiciona un paraíso,
    buscándole sin fe;
    fatiga sin objeto, ola que rueda
    ignorando por qué.

    Voz que incesante con el mismo tono
    canta el mismo cantar,
    gota de agua monótona que cae
    y cae sin cesar.

    Así van deslizándose los días
    unos de otros en pos,
    hoy lo mismo que ayer, probablemente
    mañana como hoy.

    ¡Ay!, ¡a veces me acuerdo suspirando
    del antiguo sufrir!
    ¡Amargo es el dolor pero siquiera
    padecer es vivir!
     


    ¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
    en mi pupila tu pupila azul.
    ¡Que es poesía!, Y tú me lo preguntas?
    Poesía... eres tú.
     


    Por una mirada, un mundo,
    por una sonrisa, un cielo,
    por un beso..., yo no sé
    que te diera por un beso.
     


    ¿Será verdad que cuando toca el sueño
    con sus dedos de rosa nuestros ojos,
    de la cárcel que habita huye el espíritu
    en vuelo presuroso?

    ¿Será verdad que, huésped de las nieblas,
    de la brisa nocturna al tenue soplo,
    alado sube a la región vacía
    a encontrarse con otros?

    ¿Y allí desnudo de la humana forma,
    allí los lazos terrenales rotos,
    breves horas habita de la idea
    el mundo silencioso?

    ¿Y ríe y llora y aborrece y ama
    y guarda un rastro del dolor y el gozo,
    semejante al que deja cuando cruza
    el cielo un meteoro?

    Yo no sé si ese mundo de visiones
    vive fuera o va dentro de nosotros:
    lo que sé es que conozco a muchas gentes
    a quienes no conozco.
     


    Las ropas desceñidas,
    desnudas las espadas,
    en el dintel de oro de la puerta
    dos ángeles velaban.

    Me aproximé a los hierros
    que defienden la entrada,
    y de las dobles rejas en el fondo
    la vi confusa y blanca.

    La vi como la imagen
    que en un ensueño pasa,
    como un rayo de luz tenue y difuso
    que entre tinieblas nada.

    Me sentí de un ardiente
    deseo llena el alma;
    como atrae un abismo, aquel misterio
    hacia si me arrastraba.

    Mas, ¡ay!, que de los ángeles
    parecían decirme las miradas:
    -El umbral de esta puerta
    sólo Dios lo traspasa.
     


    Cuando miro el azul horizonte
    perderse a lo lejos,
    al través de una gasa de polvo
    dorado e inquieto,
    se me antoja posible arrancarme
    del mísero suelo
    y flotar con la niebla dorada
    en átomos leves
    cual ella deshecho.

    Cuando miro de noche en el fondo
    oscuro del cielo
    las estrellas temblar como ardientes
    pupilas de fuego,
    se me antoja posible a do brillan
    subir en un vuelo,
    y anegarme en su luz, y con ellas
    en lumbre encendido
    fundirme en un beso.

    En el mar de la duda en que bogo
    ni aún sé lo que creo;
    sin embargo estas ansias me dicen
    que yo llevo algo
    divino aquí dentro.
     


    Tú eras el huracán y yo la alta
    torre que desafía su poder:
    ¡tenías que estrellarte o que abatirme!
    ¡No podía ser!

    Tú eras el océano y yo la enhiesta
    roca que firme aguarda su vaivén:
    ¡tenías que romperte o que arrancarme!
    ¡No podía ser!

    Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
    uno a arrollar, el otro a no ceder:
    la senda estrecha, inevitable el choque...
    ¡No podía ser!

    Besa el aura que gime blandamente
    las leves ondas que jugando riza;
    el sol besa a la nube en occidente
    y de púrpura y oro la matiza;
    la llama en derredor del tronco ardiente
    por besar a otra llama se desliza
    y hasta el sauce inclinándose a su peso
    al río que le besa, vuelve un beso.
     


    Antes que tú me moriré: escondido
    en las entrañas ya
    el hierro llevo con que abrió tu mano
    la ancha herida mortal.

    Antes que tú me moriré: y mi espíritu,
    en su empeño tenaz
    se sentará a las puertas de la Muerte,
    que llames a esperar.

    Con las horas los días, con los días
    los años volarán,
    y a aquella puerta llamarás al cabo...
    ¿Quién deja de llamar?

    Entonces que tu culpa y tus despojos
    la tierra guardará,
    lavándote en las ondas de la muerte
    como en otro Jordán.

    Allí, donde el murmullo de la vida
    temblando a morir va,
    como la ola que a la playa viene
    silenciosa a expirar.

    Allí donde el sepulcro que se cierra
    abre una eternidad,
    todo lo que los dos hemos callado
    lo tenemos que hablar.
     


    Tu pupila es azul y cuando ríes
    su claridad suave me recuerda
    el trémulo fulgor de la mañana
    que en el mar se refleja.

    Tu pupila es azul y cuando lloras
    las trasparentes lágrimas en ella
    se me figuran gotas de rocío
    sobre una violeta.

    Tu pupila es azul y si en su fondo
    como un punto de luz radia una idea
    me parece en el cielo de la tarde
    una perdida estrella.
     


    Nuestra pasión fue un trágico sainete
    en cuya absurda fábula
    lo cómico y lo grave confundidos
    risas y llanto arrancan.

    Pero fue lo peor de aquella historia
    que al fin de la jornada
    a ella tocaron lágrimas y risas
    y a mí, sólo las lágrimas.
     


    Cuando en la noche te envuelven
    las alas de tul del sueño
    y tus tendidas pestañas
    semejan arcos de ébano,
    por escuchar los latidos
    de tu corazón inquieto
    y reclinar tu dormida
    cabeza sobre mi pecho,
    ¡diera, alma mía,
    cuanto poseo,
    la luz, el aire
    y el pensamiento!

    Cuando se clavan tus ojos
    en un invisible objeto
    y tus labios ilumina
    de una sonrisa el reflejo,
    por leer sobre tu frente
    el callado pensamiento
    que pasa como la nube
    del mar sobre el ancho espejo,
    ¡diera, alma mía,
    cuanto deseo,
    la fama, el oro,
    la gloria, el genio!

    Cuando enmudece tu lengua
    y se apresura tu aliento,
    y tus mejillas se encienden
    y entornas tus ojos negros,
    por ver entre sus pestañas
    brillar con húmedo fuego
    la ardiente chispa que brota
    del volcán de los deseos,
    diera, alma mía,
    por cuanto espero,
    la fe, el espíritu,
    la tierra, el cielo.
     


    Yo soy la ardiente nube
    que en el ocaso ondea,
    yo soy del astro errante
    la luminosa estela.

    Yo soy nieve en las cumbres,
    soy fuego en las arenas,
    azul onda en los mares
    y espuma en las riberas.

    En el laúd soy nota,
    perfume en la violeta,
    fugaz llama en las tumbas
    y en las ruinas yedra.

    Yo atrueno en el torrente
    y silbo en la centella
    y ciego en el relámpago
    y rujo en la tormenta.

    Yo río en los alcores,
    susurro en la alta yerba,
    suspiro en la onda pura
    y lloro en la hoja seca.

    Yo ondulo con los átomos
    del humo que se eleva
    y al cielo lento sube
    en espiral inmensa.

    Yo en los dorados hilos
    que los insectos cuelgan
    me mezco entre los árboles
    en la ardorosa siesta.

    Yo corro tras las ninfas
    que en la corriente fresca
    del cristalino arroyo
    desnudas juguetean.

    Yo en bosques de corales
    que alfombran blancas perlas,
    persigo en el océano
    las náyades ligeras.

    Yo en las cavernas cóncavas
    do el sol nunca penetra,
    mezclándome a los gnomos
    contemplo sus riquezas.

    Yo busco de los siglos
    las ya borradas huellas
    y sé de esos imperios
    de que ni el nombre queda.

    Yo sigo en raudo vértigo
    los mundos que voltean,
    y mi pupila abarca
    la creación entera.

    Yo sé de esas regiones
    a do un rumor no llega,
    y donde informes astros
    de vida un soplo esperan.

    Yo soy sobre el abismo
    el puente que atraviesa,
    yo soy la ignota escala
    que el cielo une a la tierra.

    Yo soy el invisible
    anillo que sujeta
    el mundo de la forma
    al mundo de la idea.

    Yo en fin soy ese espíritu,
    desconocida esencia,
    perfume misterioso
    de que es vaso el poeta.

    Como enjambre de abejas irritadas,
    de un oscuro rincón de la memoria
    salen a perseguirme los recuerdos
    de las pasadas horas.

    Yo los quiero ahuyentar. ¡Esfuerzo inútil!
    Me rodean, me acosan,
    y unos tras otros a clavarme vienen
    el agudo aguijón que el alma encona.
    *

    Es cuestión de palabras y no obstante
    ni tú ni yo jamas,
    después de lo pasado, convendremos
    en quién la culpa está.

    ¡Lástima que el Amor un diccionario
    no tenga donde hallar
    cuando el orgullo es simplemente orgullo
    y cuando es dignidad!
    *

    De lo poco de vida que me resta
    diera con gusto los mejores años,
    por saber lo que a otros
    de mí has hablado
     


    Despierta tiemblo al mirarte,
    dormida me atrevo a verte;
    por eso, alma de mi alma,
    yo velo mientras tú duermes.

    Despierta ríes y al reír tus labios
    inquietos me parecen
    relámpagos de grana que serpean
    sobre un cielo de nieve.

    Dormida, los extremos de tu boca
    pliega sonrisa leve,
    suave como el rastro luminoso
    que deja un sol que muere.

    ¡Duerme!

    Despierta miras y al mirar, tus ojos
    húmedos resplandecen,
    como la onda azul en cuya cresta
    chispeando el sol hiere.

    Al través de tus párpados dormida,
    tranquilo fulgor vierten,
    cual derrama de luz templado rayo
    lámpara transparente.

    ¡Duerme!

    Despierta hablas y al hablar, vibrantes
    tus palabras parecen
    lluvia de perlas que en dorada copa
    se derrama a torrentes.

    Dormida en el murmullo de tu aliento
    acompasado y tenue
    escucho yo un poema que mi alma
    enamorada entiende.

    ¡Duerme!

    Sobre el corazón la mano
    me he puesto porque no suene
    su latido y de la noche
    turbe la calma solemne.

    De tu balcón las persianas
    cerré ya porque no entre
    el resplandor enojoso
    de la aurora y te despierte.

    ¡Duerme!
     


    Como guarda el avaro su tesoro,
    guardaba mi dolor;
    le quería probar que hay algo eterno
    a la que eterno me juró su amor.

    Mas hoy le llamo en vano y oigo al tiempo
    que le acabo, decir:
    ¡ah, barro miserable, eternamente
    no podrás ni aun sufrir!
     


    Cruza callada y son sus movimientos
    silenciosa armonía;
    suenan sus pasos y al sonar recuerdan
    del himno alado la cadencia rítmica.

    Los ojos entreabre, aquellos ojos
    tan claros como el día,
    y la tierra y el cielo, cuanto abarcan,
    arden con nueva luz en sus pupilas.

    Ríe, y su carcajada tiene notas
    del agua fugitiva;
    llora, y es cada lágrima un poema
    de ternura infinita.

    Ella tiene la luz, tiene el perfume,
    el color y la línea,
    la forma engendradora de deseos,
    la expresión, fuente eterna de poesía.

    ¿Que es estúpida? ¡Bah! Mientras callando
    guarde oscuro el enigma,
    siempre valdrá lo que yo creo que calla
    más que lo que cualquiera otra me diga.
     


    Su mano entre mis manos,
    sus ojos en mis ojos,
    la amorosa cabeza
    apoyada en mi hombro,
    Dios sabe cuántas veces
    con paso perezoso
    hemos vagado juntos
    bajo los altos olmos
    que de su casa prestan
    misterio y sombra al pórtico.
    Y ayer..., un año apenas,
    pasado como un soplo,
    con qué exquisita gracia,
    con que admirable aplomo,
    me dijo al presentarnos
    un amigo oficioso:
    «Creo que en alguna parte
    he visto a usted» ¡Ah, bobos,
    que sois de los salones
    comadres de buen tono
    y andabais allí a caza
    de galantes embrollos;
    qué historia habéis perdido,
    qué manjar tan sabroso
    para ser devorado
    sotto voce en un corro
    detrás del abanico
    de plumas y de oro!
    (...)
    ¡Discreta y casta luna,
    copudos y altos olmos,
    paredes de su casa,
    umbrales de su pórtico,
    callad y que el secreto
    no salga de vosotros!
    Callad; que por mi parte
    yo lo he olvidado todo:
    y ella..., ella, no hay mascara
    semejante a su rostro.
     


    ¿De dónde vengo...? El más horrible y áspero
    de los senderos busca,
    las huellas de unos pies ensangrentados
    sobre la roca dura,
    los despojos de un alma hecha jirones
    en las zarzas agudas,
    te dirán el camino
    que conduce a mi cuna.

    ¿Adónde voy? El mas sombrío y triste
    de los páramos cruza,
    valle de eternas nieves y de eternas
    melancólicas brumas.
    En donde esté una piedra solitaria
    sin inscripción alguna,
    donde habite el olvido,
    allí estará mi tumba.
     


    De esta vida mortal y de la eterna
    lo que me toque, si me toca algo,
    por saber lo que a solas
    de mí has pensado.
     


    Cerraron sus ojos
    que aún tenía abiertos,
    taparon su cara
    con un blanco lienzo,
    y unos sollozando,
    otros en silencio,
    de la triste alcoba
    todos se salieron.

    La luz que en un vaso
    ardía en el suelo,
    al muro arrojaba
    la sombra del lecho,
    y entre aquella sombra
    veíase a intérvalos
    dibujarse rígida
    la forma del cuerpo.

    Despertaba el día
    y a su albor primero
    con sus mil ruidos
    despertaba el pueblo.
    Ante aquel contraste
    de vida y misterio,
    de luz y tinieblas,
    yo pensé un momento:

    ¡Dios mío, qué solos
    se quedan los muertos!

    De la casa, en hombros,
    lleváronla al templo,
    y en una capilla
    dejaron el féretro.
    Allí rodearon
    sus pálidos restos
    de amarillas velas
    y de paños negros.

    Al dar de las Ánimas
    el toque postrero,
    acabó una vieja
    sus últimos rezos,
    cruzó la ancha nave,
    las puertas gimieron
    y el santo recinto
    quedóse desierto.

    De un reloj se oía
    compasado el péndulo
    y de algunos cirios
    el chisporroteo.
    Tan medroso y triste,
    tan oscuro y yerto
    todo se encontraba
    que pensé un momento:

    ¡Dios mío, qué solos
    se quedan los muertos!

    De la alta campana
    la lengua de hierro
    le dio volteando
    su adiós lastimero.
    El luto en las ropas,
    amigos y deudos
    cruzaron en fila
    formando el cortejo.

    Del último asilo,
    oscuro y estrecho,
    abrió la piqueta
    el nicho a un extremo;
    allí la acostaron,
    tapiáronle luego,
    y con un saludo
    despidióse el duelo.

    La piqueta al hombro
    el sepulturero,
    cantando entre dientes,
    se perdió a lo lejos.
    La noche se entraba,
    el sol se había puesto:
    perdido en las sombras
    yo pensé un momento:

    ¡Dios mío, que solos
    se quedan los muertos!

    En las largas noches
    del helado invierno,
    cuando las maderas
    crujir hace el viento
    y azota los vidrios
    el fuerte aguacero,
    de la pobre niña
    a veces me acuerdo.

    Allí cae la lluvia
    con un son eterno;
    allí la combate
    el soplo del cierzo.
    Del húmedo muro
    tendida en el hueco,
    ¡acaso de frío
    se hielan los huesos...!
    (...)

    ¿Vuelve el polvo al polvo?
    ¿Vuela el alma al cielo?
    ¿Todo es, sin espíritu,
    podredumbre y cieno?
    No sé; pero hay algo
    que explicar no puedo,
    algo que repugna
    aunque es fuerza hacerlo
    a dejar tan tristes,
    tan solos los muertos.
     


    Te vi un punto y flotando ante mis ojos
    la imagen de tus ojos se quedó,
    como la mancha oscura orlada en fuego
    que flota y ciega si se mira al sol.

    Y dondequiera que la vista clavo
    torno a ver tus pupilas llamear;
    y no te encuentro a ti, no es tu mirada,
    unos ojos, los tuyos, nada más.

    De mi alcoba en el ángulo los miro
    desasidos fantásticos lucir:
    cuando duermo los siento que se ciernen
    de par en par abiertos sobre mí.

    Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
    llevan al caminante a perecer:
    yo me siento arrastrado por tus ojos,
    pero adonde me arrastran no lo sé.
     


    Pasaba arrolladora en su hermosura
    y el paso le dejé;
    ni aun a mirarla me volví, y, no obstante,
    algo a mi oído murmuró: «ésa es».

    ¿Quién reunió la tarde a la mañana?
    Lo ignoro; sólo sé
    que en una breve noche de verano
    se unieron los crepúsculos, y... «fue».
     


    En la imponente nave
    del templo bizantino,
    vi la gótica tumba a la indecisa
    luz que temblaba en los pintados vidrios.

    Las manos sobre el pecho,
    y en las manos un libro,
    una mujer hermosa reposaba
    sobre la urna del cincel prodigio.

    Del cuerpo abandonado
    al dulce peso hundido,
    cual si de blanda pluma y raso fuera
    se plegaba su lecho de granito.

    De la sonrisa última
    el resplandor divino
    guardaba el rostro, como el cielo guarda
    del sol que muere el rayo fugitivo.

    Del cabezal de piedra
    sentados en el filo,
    dos ángeles, el dedo sobre el labio,
    imponían silencio en el recinto.

    No parecía muerta;
    de los arcos macizos
    parecía dormir en la penumbra
    y que en sueños veía el paraíso.

    Me acerqué de la nave
    al ángulo sombrío,
    con el callado paso que se llega
    junto a la cuna donde duerme un niño.

    La contemplé un momento
    y aquel resplandor tibio,
    aquel lecho de piedra que ofrecía
    próximo al muro otro lugar vacío,

    en el alma avivaron
    la sed de lo infinito,
    el ansia de esa vida de la muerte,
    para la que un instante son los siglos...
    (...)

    Cansado del combate
    en que luchando vivo,
    alguna vez me acuerdo con envidia
    de aquel rincón oscuro y escondido.

    De aquella muda y pálida
    mujer me acuerdo y digo:
    ¡Oh, qué amor tan callado el de la muerte!
    ¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!
     


    ¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,
    es altanera y vana y caprichosa:
    antes que el sentimiento de su alma
    brotara el agua de la estéril roca.

    Sé que en su corazón, nido de sierpes,
    no hay una fibra que al amor responda;
    que es una estatua inanimada...; pero...
    ¡es tan hermosa!
     


    No dormía; vagaba en ese limbo
    en que cambian de forma los objetos,
    misteriosos espacios que separan
    la vigilia del sueño.

    Las ideas que en ronda silenciosa
    daban vueltas en torno a mi cerebro,
    poco a poco en su danza se movían
    con un compás más lento.

    De la luz que entra al alma por los ojos
    los párpados velaban el reflejo;
    pero otra luz el mundo de visiones
    alumbraba por dentro.

    En este punto resonó en mi oído
    un rumor semejante al que en el templo
    vaga confuso al terminar los fieles
    con un amén sus rezos.

    Y oí como una voz delgada y triste
    que por mi nombre me llamo a lo lejos,
    y sentí olor de cirios apagados,
    de humedad y de incienso.
    (...)

    Pasó la noche y del olvido en brazos
    caí cual piedra en su profundo seno.
    No obstante al despertar exclamé: « ¡Alguien
    que yo quería ha muerto!»
     


    Me ha herido recatándose en las sombras,
    sellando con un beso su traición.
    Los brazos me echó al cuello y por la espalda
    me partió a sangre fría el corazón.

    Y ella impávida sigue su camino,
    feliz, risueña, impávida, ¿y por qué?
    Porque no brota sangre de la herida...
    Porque el muerto esta en pie.
     


    ¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día
    me admiró tu cariño mucho más,
    porque lo que hay en mí que vale algo,
    eso..., ni lo pudistes sospechar.
     


    Porque son, niña, tus ojos
    verdes como el mar te quejas;
    verdes los tienen las náyades,
    verdes los tuvo Minerva,
    y verdes son las pupilas
    de las hurís del Profeta.

    El verde es gala y ornato
    del bosque en la primavera.
    Entre sus siete colores
    brillante el iris lo ostenta.
    Las esmeraldas son verdes,
    verde el color del que espera
    y las ondas del océano
    y el laurel de los poetas.

    Es tu mejilla temprana
    rosa de escarcha cubierta,
    en que el carmín de los pétalos
    se ve al través de las perlas.
    Y sin embargo,
    sé que te quejas,
    porque tus ojos
    crees que la afean:
    pues no lo creas.
    Que parecen tus pupilas,
    húmedas, verdes e inquietas,
    tempranas hojas de almendro
    que al soplo del aire tiemblan.

    Es tu boca de rubíes
    purpúrea granada abierta
    que en el estío convida
    a apagar la sed con ella.
    Y sin embargo,
    sé que te quejas
    porque tus ojos
    crees que la afean:
    pues no lo creas.
    Que parecen, si enojada
    tus pupilas centellean,
    las olas del mar que rompen
    en las cantábricas peñas.

    Es tu frente que corona
    crespo el oro en ancha trenza,
    nevada cumbre en que el día
    su postrera luz refleja.
    Y sin embargo,
    sé que te quejas
    porque tus ojos
    crees que la afean:
    pues no lo creas.
    Que, entre las rubias pestañas,
    junto a las sienes, semejan
    broches de esmeralda y oro
    que un blanco armiño sujetan.

    Porque son, niña, tus ojos
    verdes como el mar te quejas;
    quizás si negros o azules
    se tornasen lo sintieras.
     


    Este armazón de huesos y pellejo
    de pasear una cabeza loca
    cansado se halla al fin y no lo extraño
    porque, aunque es la verdad que no soy viejo,

    de la parte de vida que me toca
    en la vida del mundo, por mi daño
    he hecho un uso tal, que juraría
    que he condensado un siglo en cada día.

    Así, aunque ahora muriera,
    no podría decir que no he vivido;
    que el sayo, al parecer nuevo por fuera,
    conozco que por dentro ha envejecido.

    Ha envejecido, sí; ¡pese a mi estrella!,
    harto lo dice ya mi afán doliente;
    que hay dolor que al pasar su horrible huella
    graba en el corazón, si no en la frente.
     


    Dos rojas lenguas de fuego
    que a un mismo tronco enlazadas
    se aproximan, y al besarse
    forman una sola llama.

    Dos notas que del laúd
    a un tiempo la mano arranca,
    y en el espacio se encuentran
    y armoniosas se abrazan.

    Dos olas que vienen juntas
    a morir sobre una playa
    y que al romper se coronan
    con un penacho de plata.

    Dos jirones de vapor
    que del lago se levantan,
    y al reunirse en el cielo
    forman una nube blanca.

    Dos ideas que al par brotan,
    dos besos que a un tiempo estallan,
    dos ecos que se confunden,
    eso son nuestras dos almas.
     


    Dejé la luz a un lado y en el borde
    de la revuelta cama me senté,
    mudo, sombrío, la pupila inmóvil
    clavada en la pared.

    ¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme
    la embriaguez horrible de dolor,
    expiraba la luz y en mis balcones
    reía el sol.

    Ni sé tampoco en tan terribles horas
    en qué pensaba o que pasó por mí;
    solo recuerdo que lloré y maldije,
    y que en aquella noche envejecí.
     


    Olas gigantes que os rompéis bramando
    en las playas desiertas y remotas,
    envuelto entre la sábana de espumas,
    ¡llevadme con vosotras!

    Ráfagas de huracán que arrebatáis
    del alto bosque las marchitas hojas,
    arrastrado en el ciego torbellino,
    ¡llevadme con vosotras!

    Nubes de tempestad que rompe el rayo
    y en fuego encienden las sangrientas orlas,
    arrebatado entre la niebla oscura,
    ¡llevadme con vosotras!

    Llevadme por piedad a donde el vértigo
    con la razón me arranque la memoria.
    ¡Por piedad!, ¡tengo miedo de quedarme
    con mi dolor a solas!
     


    Cuando volvemos las fugaces horas
    del pasado a evocar,
    temblando brilla en sus pestañas negras
    una lágrima pronta a resbalar.

    Y al fin resbala y cae como gota
    de rocío al pensar
    que cual hoy por ayer, por hoy mañana
    volveremos los dos a suspirar.
     


    Sabe si alguna vez tus labios rojos
    quema invisible atmósfera abrasada,
    que el alma que hablar puede con los ojos
    también puede besar con la mirada.
     


    Volverán las oscuras golondrinas
    en tu balcón sus nidos a colgar,
    y otra vez con el ala a sus cristales
    jugando llamarán.

    Pero aquellas que el vuelo refrenaban
    tu hermosura y mi dicha a contemplar,
    aquellas que aprendieron nuestros nombres....
    ésas... ¡no volverán!

    Volverán las tupidas madreselvas
    de tu jardín las tapias a escalar
    y otra vez a la tarde aún más hermosas
    sus flores se abrirán.

    Pero aquellas cuajadas de rocío
    cuyas gotas mirábamos temblar
    y caer como lágrimas del día....
    ésas... ¡no volverán!

    Volverán del amor en tus oídos
    las palabras ardientes a sonar,
    tu corazón de su profundo sueño
    tal vez despertará.

    Pero mudo y absorto y de rodillas
    como se adora a Dios ante su altar,
    como yo te he querido..., desengáñate,
    así... ¡no te querrán!
     


    No digáis que agotado su tesoro,
    de asuntos falta, enmudeció la lira;
    podrá no haber poetas; pero siempre
    habrá poesía.

    Mientras las ondas de la luz al beso
    palpiten encendidas,
    mientras el sol las desgarradas nubes
    de fuego y oro vista,
    mientras el aire en su regazo lleve
    perfumes y armonías,
    mientras haya en el mundo primavera,
    ¡habrá poesía!

    Mientras la humana ciencia no descubra
    las fuentes de la vida,
    y en el mar o en el cielo haya un abismo
    que al cálculo resista,
    mientras la humanidad siempre avanzando
    no sepa a do camina,
    mientras haya un misterio para el hombre,
    ¡habrá poesía!

    Mientras se sienta que se ríe el alma,
    sin que los labios rían;
    mientras se llore, sin que el llanto acuda
    a nublar la pupila;
    mientras el corazón y la cabeza
    batallando prosigan,
    mientras haya esperanzas y recuerdos,
    ¡habrá poesía!

    Mientras haya unos ojos que reflejen
    los ojos que los miran,
    mientras responda el labio suspirando
    al labio que suspira,
    mientras sentirse puedan en un beso
    dos almas confundidas,
    mientras exista una mujer hermosa,
    ¡habrá poesía!
     


    Asomaba a sus ojos una lágrima
    y a mi labio una frase de perdón;
    habló el orgullo y se enjugo su llanto
    y la frase en mis labios expiró.

    Yo voy por un camino: ella, por otro;
    pero al pensar en nuestro mutuo amor,
    yo digo aún, ¿por qué callé aquel día?
    Y ella dirá, ,¿por qué no lloré yo?
     


    Mi vida es un erial,
    flor que toco se deshoja;
    que en mi camino fatal
    alguien va sembrando el mal
    para que yo lo recoja.

    Sacudimiento extraño
    que agita las ideas
    como huracán que empuja
    las olas en tropel.

    Murmullo que en el alma
    se eleva y va creciendo
    como volcán que sordo
    anuncia que va a arder.

    Deformes siluetas
    de seres imposibles,
    paisajes que aparecen
    como al través de un tul.

    Colores que fundiéndose
    remedan en el aire
    los átomos del iris
    que nadan en la luz.

    Ideas sin palabras,
    palabras sin sentido;
    cadencias que no tienen
    ni ritmo ni compás.

    Memorias y deseos
    de cosas que no existen;
    accesos de alegría,
    impulsos de llorar.

    Actividad nerviosa
    que no halla en qué emplearse;
    sin riendas que le guíen
    caballo volador.

    Locura que el espíritu
    exalta y desfallece;
    embriaguez divina
    del genio creador.

    Tal es la inspiración.
    Gigante voz que el caos
    ordena en el cerebro
    y entre las sombras hace
    la luz aparecer,

    brillante rienda de oro
    que poderosa enfrena
    de la exaltada mente
    el volador corcel.

    Hilo de luz que en haces
    los pensamientos ata,
    sol que las nubes rompe
    y toca en el cenit.

    Inteligente mano
    que en un collar de perlas
    consigue las indóciles
    palabras reunir.

    Armonioso ritmo
    que con cadencia y número
    las fugitivas notas
    encierra en el compás.

    Cincel que el bloque muerde
    la estatua modelando,
    y la belleza plástica
    añade a la ideal.

    Atmósfera en que giran
    con orden las ideas,
    cual átomos que agrupa
    recóndita atracción.

    Raudal en cuyas ondas
    su sed la fiebre apaga,
    descanso en que el espíritu
    recobra su vigor.

    Tal es nuestra razón.
    Con ambas siempre en lucha
    y de ambas vencedor,
    tan solo al genio es dado
    a un yugo atar las dos.
     


    Si al mecer las azules campanillas
    de tu balcón
    crees que suspirando pasa el viento
    murmurador,
    sabe que oculto entre las verdes hojas
    suspiro yo.

    Si al resonar confuso a tus espaldas
    vago rumor,
    crees que por tu nombre te ha llamado
    lejana voz,
    sabe que entre las sombras que te cercan
    te llamo yo.

    Si se turba medroso en la alta noche
    tu corazón,
    al sentir en tus labios un aliento
    abrasador,
    sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
    respiro yo.
     


    Dices que tienes corazón, y sólo
    lo dices porque sientes sus latidos;
    eso no es corazón..., es una máquina
    que al compás que se mueve hace ruido.
     


    Al ver mis horas de fiebre
    e insomnio lentas pasar,
    a la orilla de mi lecho,
    ¡quién se sentará?

    Cuando la trémula mano
    tienda próximo a expirar
    buscando una mano amiga,
    ¿quién la estrechará?

    Cuando la muerte vidrie
    de mis ojos el cristal,
    mis párpados aún abiertos,
    ¿quién los cerrará?

    Cuando la campana suene
    (si suena en mi funeral),
    una oración al oírla,
    ¿quién murmurará?

    Cuando mis pálidos restos
    oprima la tierra ya,
    sobre la olvidada fosa.
    ¿Quién vendar a llorar?

    ¿Quién en fin al otro día,
    cuando el sol vuelva a brillar,
    de que pasé por el mundo,
    ¿quién se acordará?
     


    Los invisibles átomos del aire
    en derredor palpitan y se inflaman,
    el cielo se deshace en rayos de oro,
    la tierra se estremece alborozada.
    Oigo flotando en olas de armonías
    rumor de besos y batir de alas;
    mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?
    ¿Dime...? ¡Silencio! ¡Es el amor que pasa!
     


    Llegó la noche y no encontré un asilo,
    ¡y tuve sed...!, mis lágrimas bebí;
    ¡y tuve hambre! ¡Los hinchados ojos
    cerré para morir!

    ¿Estaba en un desierto? Aunque a mi oído
    de las turbas llegaba el ronco hervir,
    yo era huérfano y pobre... ¡El mundo estaba
    desierto... para mí!
     


    Fingiendo realidades
    con sombra vana,
    delante del Deseo
    va la Esperanza.

    Y sus mentiras
    como el Fénix renacen
    de sus cenizas.
     


    Al brillar un relámpago nacemos
    y aún dura su fulgor cuando morimos;
    tan corto es el vivir.

    La Gloria y el Amor tras que corremos
    sombras de un sueño son que perseguimos;
    despertar es morir.
     


    Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
    hoy llega al fondo de mi alma el sol,
    hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado....
    ¡hoy creo en Dios!
     


    -Yo soy ardiente, yo soy morena,
    yo soy el símbolo de la pasión,
    de ansia de goces mi alma está llena.
    ¿A mí me buscas?
    -No es a ti; no.

    -Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,
    puedo brindarte dichas sin fin.
    Yo de ternura guardo un tesoro.
    ¿A mí me llamas?
    -No; no es a ti.

    -Yo soy un sueño, un imposible,
    vano fantasma de niebla y luz;
    soy incorpórea, soy intangible:
    No puedo amarte.
    -¡Oh, ven; ven tú!
     


    Cuando sobre el pecho inclinas
    la melancólica frente
    una azucena tronchada
    me pareces.

    Porque al darte la pureza
    de que es símbolo celeste,
    como a ella te hizo Dios
    de oro y nieve.
     


    La bocca mi bacció tutto tremante

    Sobre la falda tenía
    el libro abierto,
    en mi mejilla tocaban
    sus rizos negros:
    no veíamos las letras
    ninguno, creo,
    y, sin embargo, guardábamos
    hondo silencio.

    ¿Cuánto duró? Ni aun entonces
    pude saberlo.
    Sólo se que no se oía
    más que el aliento,
    que apresurado escapaba
    del labio seco.
    Sólo sé que nos volvimos
    los dos a un tiempo
    y nuestros ojos se hallaron
    y sonó un beso.
    (...)

    Creación de Dante era el libro,
    era su Infierno.

    Cuando a él bajamos los ojos
    yo dije trémulo:
    ¿Comprendes ya que un poema
    cabe en un verso?
    Y ella respondió encendida:
    ¡Ya lo comprendo!
     


    Si de nuestros agravios en un libro
    se escribiese la historia
    y se borrase en nuestras almas cuanto
    se borrase en sus hojas;

    te quiero tanto aún; dejó en mi pecho
    tu amor huellas tan hondas,
    que sólo con que tú borrases una
    ¡las borraba yo todas!
     


    Una mujer me ha envenenado el alma,
    otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
    ninguna de las dos vino a buscarme,
    yo de ninguna de las dos me quejo.

    Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
    Si mañana, rodando, este veneno
    envenena a su vez, ¿por qué acusarme?
    ¿Puedo dar mas de lo que a mí me dieron?
     


    Primero es un albor trémulo y vago,
    raya de inquieta luz que corta el mar;
    luego chispea y crece y se difunde
    en gigante explosión de claridad.

    La brilladora lumbre es la alegría;
    la temerosa sombra es el pesar:
    ¡Ay!, en la oscura noche de mi alma,
    ¿cuándo amanecerá?
     


    Como la brisa que la sangre orea
    sobre el oscuro campo de batalla,
    cargada de perfumes y armonías
    en el silencio de la noche vaga.

    Símbolo del dolor y la ternura,
    del bardo inglés en el horrible drama
    la dulce Ofelia, la razón perdida,
    cogiendo flores y cantando pasa.
     


    Cuando entre la sombra oscura
    perdida una voz murmura
    turbando su triste calma,
    si en el fondo de mi alma
    la oigo dulce resonar,

    dime: ¿es que el viento en sus giros
    se queja, o que tus suspiros
    me hablan de amor al pasar?

    Cuando el sol en mi ventana
    rojo brilla a la mañana
    y mi amor tu sombra evoca,
    si en mi boca de otra boca
    sentir creo la impresión,

    dime: ¿es que ciego deliro,
    o que un beso en un suspiro
    me envía tu corazón?

    Y en el luminoso día
    y en la alta noche sombría,
    si en todo cuanto rodea
    al alma que te desea
    te creo sentir y ver,

    dime: ¿es que toco y respiro
    soñando, o que en un suspiro
    me das tu aliento a beber?
     


    ¡Cuántas veces al pie de las musgosas
    paredes que la guardan
    oí la esquila que al mediar la noche
    a los maitines llama!

    ¡Cuántas veces trazo mi silueta
    la luna plateada,
    junto a la del ciprés que de su huerto
    se asoma por las tapias!

    Cuando en sombras la iglesia se envolvía,
    de su ojiva calada,
    ¡cuántas veces temblar sobre los vidrios
    vi el fulgor de la lámpara!

    Aunque el viento en los ángulos oscuros
    de la torre silbara,
    del coro entre las voces percibía
    su voz vibrante y clara.

    En las noches de invierno, si un medroso
    por la desierta plaza
    se atrevía a cruzar, al divisarme,
    el paso aceleraba.

    Y no faltó una vieja que en el torno
    dijese a la mañana
    que de algún sacristán muerto en pecado
    era yo el alma.

    A oscuras conocía los rincones
    del atrio y la portada;
    de mis pies las ortigas que allí crecen
    las huellas tal vez guardan.

    Los búhos, que espantados me seguían
    con sus ojos de llamas,
    llegaron a mirarme con el tiempo
    como a un buen camarada.

    A mi lado sin miedo los reptiles
    se movían a rastras;
    ¡hasta los mudos santos de granito
    creo que me saludaban!
     


    Cendal flotante de leve bruma,
    rizada cinta de blanca espuma,
    rumor sonoro
    de arpa de oro,
    beso del aura, onda de luz,
    eso eres tú.

    Tú, sombra aérea, que cuantas veces
    voy a tocarte te desvaneces.
    Como la llama, como el sonido,
    como la niebla, como el gemido
    del lago azul.

    En mar sin playas onda sonante,
    en el vacío cometa errante,
    largo lamento
    del ronco viento,
    ansia perpetua de algo mejor,
    eso soy yo.

    ¡Yo, que a tus ojos en mi agonía
    los ojos vuelvo de noche y día;
    yo, que incansable corro y demente
    tras una sombra, tras la hija ardiente
    de una visión!
     


    No sé lo que he soñado
    en la noche pasada.
    Triste, muy triste debió ser el sueño
    pues despierto, la angustia me duraba.

    Noté al incorporarme
    húmeda la almohada
    y por primera vez sentí, al notarlo,
    de un amargo placer henchirse el alma.

    Triste cosa es el sueño
    que llanto nos arranca,
    mas tengo en mi tristeza una alegría...
    ¡Sé que aún me quedan lágrimas!